Máscaras lingüísticas

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El desarrollo de la raza humana con relación a las demás especies se debe, en gran medida, a la capacidad del hombre para; por medio del lenguaje, establecer intercambios comunicativos. Así, la lengua se constituye como una institución social que se produce y desarrolla gracias a la confluencia de los hablantes en un espacio y tiempo determinado. 

La mayoría de las civilizaciones han podido estructurarse por la capacidad de sus miembros para establecer regulaciones lingüísticas y, por medio de estas, normas de convivencia. En este mismo orden, Calsamiglia y Tusón (1999) plantean que las personas utilizan un conjunto de principios textuales y socioculturales para la construcción de discursos coherentes y apropiados. De igual manera, Moreno Fernández (2005) sostiene que los miembros de una comunidad de habla comparten, además de por lo menos una lengua, un conjunto de normas lingüísticas y extralingüísticas que regulan su coexistencia. 

 De esta manera, el lenguaje se convierte en la matriz fundamental desde donde se configura la sociedad. Por medio de este, las personas establecen vínculos que, según sus intenciones, serán cercanos o lejanos. Partiendo de este enunciado, se puede establecer la existencia de máscaras lingüísticas. Este concepto propone que cada hablante exhibe una personalidad discursiva que se acomoda o ajusta a la situación comunicativa que enfrenta. Es decir, un mismo sujeto puede utilizar un estilo o registro lingüístico familiar, formal, especializado, culto o coloquial para, según el contexto donde actúa, garantizar el éxito de su discurso. 

Según Brown y Levinson (1987) citados por Moreno Fernández (2005) todo individuo tiene o presenta una doble imagen de sí: una positiva y otra negativa o amenazadora. La utilización de estas se verá mediada por los fines de los enunciadores, la situación comunicativa donde se encuentren y su relación con los oyentes. De este modo, los hablantes incluirán en sus discursos fórmulas de cortesía de tipo: por favor, usted puede, sería tan amable… y con ellas; además de presentar una imagen del yo discursivo, también establecen una relación de poder o solidaridad con su interlocutor. Así mismo, Martínez (2002) considera que todo hablante proyecta, por medio de un conjunto de elementos lingüísticos como el registro y la tonalidad, una imagen de enunciador que configura de una alguna manera su relación con un enunciatario específico a quien apela por medio de enunciados.  

En este punto, es preciso recordar que la intención final de toda interacción discursiva, aunque parezca un acto de mala fe, es domesticar verbalmente al otro o domesticársele. Es decir, cuando un hablante utiliza la lengua, busca con ello, poner de su parte a quien lo escucha; convencerlo de que lo que dice es la versión más cercana a la verdad o demostrarle que, ante su alocución, se muestra como un aliado. Por eso, ese yo discursivo presentará, dependiendo de su propósito, actuaciones lingüísticas que definirán su relación con los demás. Se debe afirmar, entonces, que el lenguaje es la herramienta más poderosa para que un sujeto conquiste su otredad. 

El filósofo judío Enmanuel Lévinas (1977), plantea que “el Otro no es un yo situado en la otra orilla, sino que se presenta siempre a distinto nivel. Es, por una parte, el huérfano, la viuda y el extranjero indefenso y necesitado ante el cual soy rico, o es el Altísimo ante quien me siento indigno”. Para el pensador la otredad se presenta desde dos posiciones: por un lado, se describe como esa que precisa del yo muestras de caridad; y por el otro, aquella ante quien el yo espera misericordia. 

Siguiendo las ideas del filósofo se puede afirmar que el yo lingüístico, a lo largo de su vida, enfrenta tres posibles otros. Con el primero establece una relación asimétrica de abajo hacia arriba, es decir, el yo queda totalmente supeditado a su otro. Se trata de un súper otro que ejerce poder sobre él y determina sus actuaciones lingüísticas. En esta situación el yo utiliza máscaras lingüísticas que le permiten cuidar su relación con su interlocutor porque, como plantea Lévinas, ante él se siente indigno. Esto implica que sus expresiones lingüísticas sean formales y adecuadas al contexto comunicativo donde actúa. 

Por otro lado, el segundo se presenta ante el yo como un ídem otro. Se trata de una relación simétrica donde los hablantes se comunican con menos rigurosidad, pero mantienen un estilo formal y cuidadoso porque no desean deformar la imagen social que han construido para su otro. En este caso, el yo asume al otro como su igual. Por esto, la máscara que construye al hablar es más transparente que en los demás casos. 

Finalmente, el tercero es un infra otro que se somete al discurso del yo. Entre estos se establece una relación asimétrica, pero de arriba hacia abajo: el yo no siente la necesidad de cuidar sus actuaciones porque su otro no lo moraliza. En este caso el yo no se siente amenazado por su otro porque entre ellos no existe ningún tipo de solidaridad sino más bien una relación de poder.

En resumidas cuentas, el yo asume máscaras lingüísticas porque necesita confrontar con éxito los escenarios comunicativos donde actúa. Gracias a esas estrategias discursivas puede encajar en el entramado social donde se circunscribe. Ante todo esto, vale terminar diciendo: “hablo para que un otro me escuche y al hacerlo se doblegue ante mí o se percate de que me ha subyugado”.          

Referencias bibliográficas

Calsamiglia Blancáfort, H., & Tusón Valls, A. (1999). Las cosas del decir: manual de análisis del discurso. Barcelona: Ariel. Recuperado de https://universitas82.files.wordpress.com/2013/08/las-cosas-del-decir.pdf

Levinas, E. (1977). Totalidad e infinito: ensayo sobre la exterioridad. 6ta edición. Salamanca: Editorial Sígueme. 

Martínez, MC. (2002). Estrategias de la lectura y escritura de textos: Perspectivas teóricas y talleres. Cátedra UNESCO para el Mejoramiento de la Calidad y Equidad de la Educación en América Latina en base a la Lectura y la Escritura. Unidad de Artes gráficas, Facultad de Humanidades. Universidad del Valle. Colombia.

Moreno Fernández, F. (2002). Producción, expresión e interacción oral. 2da edición. Madrid: Arco Libros. 

Moreno Fernández, F. (2005). Principios de sociolingüística y sociología del lenguaje. 2da edición. Barcelona: Editorial Ariel.     

Faustino Medina

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