Acción poética en El Burro, Puerto Plata

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Diana Ortega Rodríguez

Yo vengo de todas partes./ Y hacia todas partes voy

Cuando viajar es una promesa que implica un baño de verde hierba y mar, con anfitriones marcados por la presencia de estos colosos en su vida cotidiana, la maravilla es segura. Con esta expectativa salimos, a las 7 de la mañana, al encuentro desde Santiago de los Caballeros con la comunidad de El Burro, en Puerto Plata. Conducidos por Ángel Luis, miembro de la Fundación Cemí y originario de este lugar, siete personas nos adentramos por una callejuela delgada y sinuosa hasta dar con el hallazgo de los primeros vecinos.

Para sucumbir tempranamente a un encantamiento con la experiencia, el primer contacto lo hacemos con Chelo, un anciano peculiar y gentil. Al preguntarle por su procedencia, nos informa de inmediato que es de todas partes: "A mí nunca me gustó la ciudad, prefiero la libertad del campo", nos añade de inmediato. La primera conexión que hace mi memoria escuchando a nuestro adorable interlocutor, estando en un lugar rodeado de palmas y montañas, es con los Versos Sencillos de José Martí: “(…)Yo vengo de todas partes,/ Y hacia todas partes voy:/ Arte soy entre las artes,/ En los montes, monte soy./ Yo sé los nombres extraños/ De las yerbas y las flores,/ Y de mortales engaños,/ Y de sublimes dolores(…)”.

Luis le presenta el grupo y le explica que el objetivo era leerle un poco, y escucharlo también. Saca un libro de décimas de Juan Antonio Alix, y luego de presenciar a Chelo levantarse y bendecirnos con entusiasmo, comienza a leerle “Los mangos bajitos”, en cada repetición de estos versos nuestro anciano ríe divertido. Pareciera que atrapa recuerdos con amplios gestos en sus manos, los ojos entrecerrados y la sonrisa desnuda. Para el final de la décima ya nuestro hombre libre culmina con ritmo sustancial la expresión: “(…) Cuántas miserias y gritos!/ Y cuánta sangre correr!…/ Por unos cuantos querer/ -Coger los mangos bajitos(…)”.

Entrado en confianza ha llegado su momento. Luego de hablarnos de su vastísima descendencia, nos explica que procrear resultaba natural en su tiempo: "Es que antes había más apasionamiento".

Nos cuenta sobre el candor de su juventud y nos propone recitarnos unas décimas, en pícaros tono y ademanes. Ahora parecería que nos hemos inventado un personaje, quizás lo soñamos. Lo cierto es que, lleno de vida, existe el anciano; aún espera el gran amor en casa. Vuelvo a recordar a Martí: “¡Penas! ¿Quién osa decir/ Que tengo yo penas? /Luego,/ Después del rayo, y del fuego,/ Tendré tiempo de sufrir./ Yo sé de un pesar profundo/ Entre las penas sin nombres: /  ¡La esclavitud de los hombres/ Es la gran pena del mundo(…)”.

Después de regalarle un libro a Chelo, continuamos el trayecto. Cada cierta distancia puede aparecer burros pastando o descansando en el paisaje. Justificado el nombre de la zona, nos acercamos a la próxima vivienda. Llegamos hasta la puerta de Sandra: catequista, profesora de Lengua Española y líder de la comunidad. Carga un niño en sus piernas mientras nos invita a adentrarnos en la estructura de la casa. Esta vez Luis comienza a leer la décima “Corroboro Corroboro”, de Juan Antonio Alix. El autor es inmediatamente identificado por nuestra anfitriona, quien además nos ofrece una fecunda interpretación. -La política siempre ha tenido alimañas; Balaguer decía que un pueblo bruto es fácil de manejar- menciona la maestra con suspicacia. Descubrimos gratamente que estamos ante una promotora literaria activa.

Le ofrecemos varios libros para apoyarla en su misión comunitaria, entre estos se encuentra Cuentos antes del exilio, de Juan Bosch. Coincidimos con ella en que cultivar hábitos de lectura en los jóvenes hoy, es uno de los más grandes retos a los que debe enfrentarse un docente del país; la escuchamos exponer reflexiones para lograrlo. Nos recomienda acercarnos desde la empatía y no desde la imposición, además de proponer metas de lecturas realizables. Repletos de gratitud los ojos y algo perplejos ante las primeras experiencias regresamos al camino.

En este lugar, a diferencia de Caimital Abajo, las casas suelen tener una estructura ajena a la vivienda, que sirve de recibidor, muy similares a aquellas laterales que encontramos en el primer viaje. Allí esperan los vecinos atentos, con esa llama precisa que supone recibir novedades. Frecuentamos tres casas más, dos de ellas en estas glorietas rurales que estrangulan pedazos de saco para formar hamacas. Hay una imagen recurrente que recuerda el género “madonnas” del renacimiento: es un lugar de mujeres con niños en brazos. Escuchan las lecturas con el peso de los infantes, notablemente apacibles.

Seguimos recurriendo a las décimas de Alix, Luis lee “El follón de Yamasá” y “Los curanderos”, se divierten, nos hablan de falsos mesías. La gente dice -nos cuenta nuestra última vecina- que ha ido a curanderos a ponerse un papel en la suela del zapato y mantener pisada a la mujer pero no “han tenido suerte”. Por acá nadie habla de fantasmas ni mitos locales, pero nos regalan anécdotas, décimas, carcajadas, “mangos bajitos”. Ya debemos retirarnos, gotear por la brecha personal que conecta El burro con el mundo exterior. Ángel se despide de su familia, de sus vecinos, de su niñez.

Nosotros nos vamos una vez más con nuestra funda vacía de libros y llenas de honestidad. Sin embargo, hacemos un último encuentro con el mar, de donde vengo el agua salada sana heridas y limpia almas, son las mismas aguas estas que veo. Nos marchamos con la mirada llena de flores y olas, caracoles en los bolsillos y afectos entrañables en el recuerdo. Recordamos a Chelo, hay personas aquí que saben ser libres. Obsesivo en el pensamiento vuelven los Versos Sencillos:

“Yo sé de Egipto y Nigricia,

Y de Persia y Xenophonte;

Y prefiero la caricia

Del aire fresco del monte.

Yo sé de las historias viejas

Del hombre y de sus rencillas;

Y prefiero las abejas

Volando en las campanillas.

Yo sé del canto del viento

En las ramas vocingleras:

Nadie me diga que miento,

Que lo prefiero de veras.

Yo sé de un gamo aterrado

Que vuelve al redil, y expira,-

Y de un corazón cansado

Que muere oscuro y sin ira.”

Faustino Medina

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